miércoles, septiembre 16, 2009

LECTURA GUIADA I

Traumas urbanos: la pérdida de la memoria

Podemos considerar que ciertos traumas urbanos se producen de manera silenciosa y larvada: se trata de la sistemática destrucción de la memoria social y construida; un proceso de borrado de la memoria colectiva que se produce en situaciones que no son explícitamente traumáticas, sin conflictos sociales evidentes, de manera lenta y oculta como consecuencia del desarrollo tardo-capitalista de las grandes urbes. La ciudad, este hipertexto por descifrar según André Corboz, está hecha de estratos, muchos de ellos ocultos o borrados por procesos, no sólo de guerras, sino también de destrucción planificada y sistemática del tejido histórico, para ser sustituidos por nuevos productos urbanos.

El fenómeno del borrado intencionado de la memoria ha sido analizado en diferentes libros por diversos autores. En un contexto más general, en nuestra época se ha pasado de una visión totalizadora, basada en modelos, en la voluntad de restaurar el dominio público en la ciudad, en la admiración por el proyecto racional y social de la Ilustración y en la empatía por las totalidades perdidas, a una situación que desde los años noventa ha puesto énfasis en la pluralidad, en la sensibilidad por las minorías, en la aceptación de voces distintas (mujeres, ancianos, niños, minorías, gays, marginados, etc.). Y si hasta los años sesenta se fue construyendo el concepto ideal de memoria colectiva (especialmente siguiendo a Maurice Halbwachs), a partir de los años noventa este concepto se ha ido deconstruyendo en dos direcciones opuestas: por la parte del sistema productivo, se han reforzado los mecanismos de borrado y sustitución de la memoria; y por la parte de los movimientos sociales, se ha reivindicado la diversidad de memorias existente en cada ciudad, cómo conviven o cómo unas se imponen sobre las otras. Ambos procesos han incrementado la complejidad y conflicto de la construcción urbana.

Una de las más grandes ambigüedades, paradojas y dificultades de la condición de nuestro tiempo es el proceso de eliminación de la memoria real y la invención de memorias temáticas e impostadas. Véase la facilidad con la que las culturas actuales crean inmediatamente tradiciones de fiestas y celebraciones. Con ello se produce el proceso psicológico de la «distracción», cuando sin que la colectividad sea muy consciente de ello, una falsa memoria, de golpe, expulsa a la memoria existente, que es sustituida por un «imago». Una variante de este proceso de distracción de la memoria es cuando se produce la apropiación del sitio vaciando su contenido simbólico y cambiando su significado. Este proceso de invención institucional de las tradiciones, consustancial con la historia humana, actualmente posee una mayor complejidad y dificultad: al tiempo que han aumentado las habilidades técnicas de las tecnologías de la comunicación para imponer nuevas memorias, también ha aumentado la capacidad social para resistir, reivindicar y conocer aquellos testimonios que quieren ser borrados.

Nueva York

Un ejemplo emblemático de borrado de memoria es el de Battery Park en Nueva York, analizado por Christine Boyer: un lugar de situación estratégica y privilegiada de Manhattan, en el que estaba prevista la construcción de vivienda social según el Master Plan de 1979, se decidió convertirlo en un gran centro comercial y de negocios, proyectándolo como un escenario cinematográfico y creándose una falsa memoria. Una vez terminado, durante cinco días se promovieron fiestas y celebraciones de inauguración en 1988, que crearon una falsa tradición como legitimación retórica, sin historia, que intenta tapar la memoria de lo que allí existió y de lo que allí se había previsto.

Otro ejemplo emblemático es el de la tematización de uno de los enclaves más representativos de Nueva York, Times Square. Este distrito, que en los años ochenta se había convertido en un lugar híbrido y bastardo, sórdido, obsceno y decadente, lleno de teatros, restaurantes y antros, se reurbanizó según un proyecto urbano dirigido por Robert A. M. Stern desde 1993 y controlado por la Disney Company, la empresa madre del entretenimiento-consumo, desde ese mismo año. De esta manera se ha convertido en una parte de ciudad tematizada, que crea una memoria falsa basada en una edad de oro mítica de los años veinte a los años cincuenta, que ha limpiado la existente y que se expresa con la tecnología publicitaria contemporánea. La crítica de arquitectura Joan Ockman ha explicado con precisión este proceso de paso de la ciudad del pecado a la ciudad del signo, y este mecanismo urbano pensado para «dejar Times Square listo para Blancanieves», convirtiéndola en un inmenso teatro al aire libre, espectáculo de pantallas y neones, un gran cine urbano de límites indeterminados.

Los Ángeles

Los Ángeles, la ciudad mítica de Hollywood, la que para Reyner Banham en su libro Los Angeles. The Architecture of Four Ecologies (1971) era el modelo de ciudad paradisíaca y moderna, de golpe, en los años noventa, se reveló como un modelo de distopía, el lugar de segregación y enfrentamiento social, el ejemplo de la maquinaria más perfecta del borrado sistemático de la memoria anarquista, socialista y alternativa a lo largo del siglo XX. Los conflictos sociales y étnicos latentes tuvieron su eclosión en los «riots» de 1992.

En sus libros, Mike Davis y Norman M. Klein han rescatado la tradición de las novelas distópicas y del cine negro que a lo largo de todo el siglo XX ya habían presentado Los Ángeles como lugar de la violencia, la desintegración y del colapso civil, en definitiva, como el más privilegiado escenario del apocalipsis permanente.

Las autopistas y edificios emblemáticos de Los Ángeles son una respuesta a esta realidad conflictiva: de una ciudad llena de una pobreza que oculta y de una diversidad étnica a punto de estallar. Por ello las autopistas han arrasado y atravesado barrios que quedan ocultos al recorrido del automóvil. Otro ejemplo, el Hotel Buenaventura de John Portman, en Los Ángeles, por su morfología, accesos y aparcamientos, puede alardear de que desde él es imposible ver a los vecinos residentes en los barrios de alrededor.

Barcelona

Otro caso evidente es la sistemática destrucción de los tejidos sociales con memoria y conciencia de clase, tal como se ha ido produciendo en la ciudad de Barcelona. Véase como ejemplo el borrado programado y sistemático de la memoria industrial y obrera, especialmente la lenta destrucción del tejido social y productivo de Ciutat Vella y de Poblenou, para ir segregando a la población en un proceso que continuamente va reproduciendo la separación entre las elites y las masas de población modesta. Existe una voluntad de eliminar cualquier vestigio de la lucha de clases y de los conflictos de los siglos XIX y XX.

Barcelona, evidentemente, ha primado la arquitectura de los palacios y edificios modernistas y ha borrado la memoria industrial de los barrios, las fábricas y los edificios de la cooperación y ayuda mutua que permitieron la revolución industrial y el enriquecimiento de los Batlló, Güell, Girona, Ricart, Gili, Godó, Bertrand i Serra y muchos otros. Cada tiempo nuevo busca su legitimación en aquello que enfatiza y en aquello que excluye y que oculta. Y con la modernidad ha ido creciendo el proceso de instrumentalización del pasado. En Barcelona, la apología que la burguesía ha hecho del Modernismo ha ido ligada al borrado de las infraestructuras industriales que lo nutrieron.

En Barcelona es emblemático el caso del conjunto fabril de Can Ricart en Poblenou, iniciado en 1853, por lo tanto con más de 150 años de funcionamiento coherente y, aún hoy, junio de 2005, en plena actividad. A pesar de ello, está proyectado destruirlo casi completamente, expulsando a los empresarios y trabajadores, rompiendo las redes y lazos entre la gente y el lugar, y eliminando un patrimonio industrial de valor único – junto a can Batlló, en la Bordeta, el único conjunto industrial del siglo XIX en pie-. El objetivo final es el de construir un conjunto de oficinas y laboratorios, de arquitectura genérica, arrasando con la memoria preexistente, dentro de la lógica de la ciudad global. De hecho, ya la Villa Olímpica en los años ochenta se edificó en un desierto de referencias, después de haber derribado el patrimonio industrial en la zona, que poseía piezas tan valiosas como los Docks o Almacenes generales de Depósito (1874) de Elies Rogent, la primera obra de Cataluña en que se utilizaban las bóvedas ligeras gigantes, embrión estructural del Modernismo; unas bóvedas gigantes de ladrillo que Rafael Guastavino propagó por Estados Unidos y que Josep Puig i Cadafalch utilizó en la fábrica Casarramona.

De hecho, la gran pregunta respecto a la memoria urbana es: ¿quién posee el derecho de recordar? ¿Qué grupo o clase social, de los diversos que confluyen en cada ciudad, es el que tiene el poder de definir la memoria? ¿Cómo cada ciudad va construyendo su imaginario a costa de enfatizar algunos aspectos y olvidar otros? De hecho, para recordar unos hechos es necesario haber olvidado otros. Por otra parte, no debemos minimizar que, además de primar la memoria dominante, a duras penas se reconoce la recientemente llegada memoria de los inmigrantes procedentes de otras culturas.

Berlín

El Berlín actual es otro caso emblemático, especialmente en la Potsdamer Platz, en el que se han borrado los vestigios de memoria urbana, con una voluntad totalmente contraria al desarrollo de la identidad y especificidad de Berlín. Y en este caso sí que estamos tratando de una ciudad duramente destruida por el trauma de una guerra y por la herida de la división del muro. Ciertamente, en algunos casos, tal como les sucede a las personas, las colectividades prefieren olvidar los episodios más pesados de su pasado.

El conjunto de la Potsdamer Platz, realizado por firmas arquitectónicas internacionales de prestigio, es un ejemplo de borrado de los vestigios previos –en este caso la memoria ignominiosa del muro– y de segregación, con una morfología que lo aísla expresamente del Kulturforum y del resto de la ciudad.

En todos estos casos –Los Ángeles, Nueva York, Barcelona, Berlín– se da una paulatina injerencia del sector privado en la gestión de un espacio público, que se vuelve lugar de control y de normas. El edificio Sony Plaza, con la plaza cubierta que es corazón de la Potsdamer Platz, es un ejemplo emblemático de esta privatización del espacio público, en el cual sólo se potencian las actividades de consumo y se prohíbe cualquier acción lúdica o reivindicativa, como tocar música, hacer manifestaciones, venta ambulante, mendigar, ir en bici o patines, llevar globos o sentarse en las escaleras.

Esta injerencia en el control del espacio y de los sistemas públicos, gestionados por la seguridad privada, ha encontrado sus fenómenos de legitimación en los lamentables ataques del nihilismo terrorista –11 de septiembre de 2001 en las Torres Gemelas de Nueva York; 11 de marzo de 2004 en los ferrocarriles de acceso a Madrid-. Ciertamente, estos atentados a lo urbano y colectivo como blanco de la violencia y del fanatismo han transformado los modos de vida urbanos. Es emblemático el cambio de mentalidad, de la confianza a la desconfianza, que se produjo en Tokio tras el ataque al metro con gas tóxico en 1995. Una cultura tradicional e isleña de la confianza se transformó en una cultura del miedo y la desconfianza hacia el otro, el extraño, el inmigrante. Las puertas de las casas, muchas de ellas hasta entonces abiertas, quedaron cerradas con llave.

Conclusiones

Cada vez que se arrasa la vida comunitaria y el patrimonio existente, se produce un proceso de impostación de una falsa memoria sobre la memoria que había existido. Es un valor reconocido que los grandes operadores financieros e inmobiliarios exigen terrenos en su estado óptimo: habiendo borrado toda construcción en él para poder implantar una ciudad genérica y homogénea. Y aunque se admite que este borrado sistemático de culturas y memorias crea heridas físicas y psicológicas en la población, se considera que es un «mal menor» o un «efecto colateral» que se exige sea asumido. Es la misma manera que se utiliza al crear barrios cerrados o «gated communities»: toda la naturaleza existente, incluidos árboles, vegetación y lagos, debe ser sustituido por una capa vegetal nueva, nuevas plantaciones y agua en circuitos cerrados. Un proceso de sustitución continua que no puede aceptar ninguna preexistencia y que con el manto vegetal, los árboles, los edificios históricos y los espacios públicos tradicionales se llevan para siempre la memoria urbana. Y si se pierde la memoria, también se pierde el sentido.

Bibliografía

Banham, Reyner, Los Angeles. The Architecture of Four Ecologies, Allan Lane, Londres 1971; Penguin, Nueva York 1971.
Boyer, M. Christine, The City of Collective Memory, MIT Press, Cambridge (MA) 1994.
Corboz, André, Le Territoire comme palimpseste et autres essais, Les Éditions de l’Imprimeur, Besançon 2001.
Davis, Mike, City of Quartz. Excavating the future in Los Angeles, Verso, Nueva York/Londres 1990; Vintage, Nueva York
1992. Edición castellana: Ciudad de cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles, Ediciones Lengua de Trapo, Toledo
2003.
García Vázquez, Carlos, Berlín-Potsdamer Platz. Metrópoli y arquitectura en transición, Fundación Caja de Arquitectos,
Barcelona 2000.
Klein, Norman M., The History of Forgetting. Los Angeles and the Erasure of Memory, Verso, Nueva York/Londres 1997.
Montaner, Josep Maria, Las formas del siglo XX, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 2002.
Muxí, Zaida, La arquitectura de la ciudad global, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 2004.
Schatz, Adam, «The American Earthquake: Mike Davis and the politics of disaster», Lingua Franca, febrero de 1997.
Solà-morales, Ignasi de; Costa, Xavier (eds.), Metrópolis. Ciudades, redes, paisajes, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 2005;
especialmente los textos de Joan Ockman y Kok-Meng Tan.

Josep Maria Montaner
Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona 2004 Conferencia pronunciada en el marco del debate “Traumas urbanos. La ciudad y los desastres”. CCCB, 7-11 julio 2004

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